Cuestionar la idea de que la república era el destino natural para las naciones latinoamericanas es luchar contra el sentido común. Durante el proceso revolucionario no estuvo claro esto, pues hubo intensos debates sobre si adoptar una monarquía o una república. Sin embargo, a pesar de la tradición monárquica, las sociedades se hicieron republicanas debido a la magnitud de la revolución y la guerra.
Escribe: Ramiro Barroso
¿Un destino manifiesto?
Así como el Estado Nación no fue el punto de partida sino el punto de llegada, con la república ocurre lo mismo. Este breve texto tiene la intención de desnaturalizar la idea de que la forma de gobierno republicana era el destino manifiesto de las naciones latinoamericanas, en particular en el Río de la Plata.
En el devenir de la revolución, definir la forma de gobierno va a ser un tema de disputa prioritario. ¿Ser una república o una monarquía? ¿Ser una monarquía absolutista o una monarquía parlamentaria? ¿Ser una república deliberativa o una república autoritaria? Debido a la tradición monárquica, lo más lógico era que la forma de gobierno fuera una monarquía. No obstante, por la magnitud de la guerra y la revolución estas sociedades se hicieron republicanas. El único proyecto monárquico que triunfó fue el de Brasil (1822-1889). En México hubo dos efímeras experiencias bajo los gobiernos de los emperadores Agustín I Iturbide (1822-1823) y Maximiliano I (1864-1867). Y por último, el caso monárquico es Haití (1804-1820 y 1849-1859). Repito, visto a la luz de la historia era lo más lógico.
El Río de la Plata también tuvo sueños monárquicos. Parte de la dirigencia criolla que está en el poder en la década de 1810 aspira a que la forma de gobierno sea una monarquía constitucional. El modelo a seguir es el británico por ser una monarquía limitada. Hubo varios proyectos, algunos se tramitaron en sesiones secretas, otros por vía diplomática. La gran mayoría recuerda la propuesta de Belgrano de coronar a un rey Inca, pero también estuvo el “Negocio de Italia”, el cual consistía en acordar con Carlos IV (padre de Fernando VII), que se encontraba exiliado en Roma y que estaba en pésimos términos con su hijo mayor, la coronación de su hijo menor (el infante Francisco de Paula) como rey constitucional en el Río de La Plata. También estuvo el proyecto de coronar a un príncipe de la Casa de Braganza. Incluso hasta el día de la caída del poder central en 1820, se estaba esperando que se concretara lo que el Congreso había resuelto entre octubre y noviembre de 1819, que era coronar como rey al Príncipe de Luca, un sobrino de Fernando VII.
"Fernando VII de España" de Vicente López Portaña (1814-1815)
Un origen cargado de sangre y fuego
El triunfo de la república es un triunfo bélico, político y cultural. En el caso del Río de la Plata, fue la batalla de Cepeda la que, no solo desploma el poder central, sino también el umbral de la monarquía. La guerra revolucionaria, entre otras cosas, desacralizó la figura del rey, que solo había dado una respuesta guerrera. Tengamos en cuenta la actitud de Fernando VII de reconquistar a sangre y fuego estas colonias insurrectas. Por lo tanto, la monarquía venía a reactualizar esta noción de humillación colonial. Es entonces que el republicanismo nace como un producto de esa identificación entre monarquía y colonialismo de tres siglos. Es por este motivo que lo que no aceptan aquellos que hacen la guerra es la figura de un rey hereditario. Y he aquí el punto más débil de las repúblicas nacientes del siglo XIX: el poder ejecutivo. ¿Por qué? Porque su legitimidad no radica en la tradición y no reside de manera directa en la soberanía popular.
A partir de 1820 lo que tenemos son “repúblicas provinciales”, es decir, “Todas las provincias abrazaron paulatinamente la forma republicana de gobierno en sus nuevas reglamentaciones. En ellas se establecieron regímenes representativos de base electoral muy amplia (salvo algunas excepciones como fueron los casos de Córdoba y Mendoza), ejecutivos unipersonales ejercidos por gobernadores, legislaturas unicamerales encargadas de la designación del gobernador, autoridades administrativas y judiciales; y sistemas fiscales independientes” (Ternavasio, 2019, pág. 130). Por lo que, son estos nuevos cuerpos territoriales, que se dicen soberanas e independientes, que se llaman así mismas provincias, y que se organizan según los principios del moderno constitucionalismo liberal, las que no van a renunciar en tres décadas a formar una unidad. Y quiero finalizar diciendo algo que se nos escapa muchas veces: la monarquía constitucional era vista desde América como conservadora y reaccionaria, cuando para Europa lo más radical y revolucionario eran las monarquías constitucionales.
Bibliografía
Ternavasio, M. (2019). Historia de la Argentina 1806-1852. Siglo XXI. Buenos Aires.
Ternavasio, M. (2017). La fortaleza del Poder Ejecutivo en debate: una reflexión sobre el siglo XIX argentino. Universidad de Concepción. Departamento de Ciencias Históricas y Sociales; Revista Historia; 2; 24; 12-2017; 5-41.
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