¿Es posible poner límites racionales a un sentimiento tan irracional como el amor ¿Puede la lógica domar al corazón, o está destinado a perder en este juego de pasiones ocultas?¿Cómo se sobrevive al anhelo de estar con el otro, sabiendo que no se puede? ¿Puede el amor ser un secreto a voces?
Escribe: Ramiro Barroso | Arte: Giuliana Ledesma
Soñó con el Amor. Lo buscó en la primavera y nunca llegó. Lo buscó por mil días y no apareció. Tuvo que esperar a que emergiera la luna para darse cuenta que en sus sueños el Amor apareció. De pronto, se enfrentó a sus Miedos. Uno de ellos le dijo: “Las cicatrices que tenemos solo nos hacen recordar”. Entonces él preguntó: “¿Serán las cicatrices las voces que no paro de escuchar?”.
Continuó, continuó soñando porque su cuerpo se entregó. Tuvo un breve momento de cordura y pensó: “Amar es una locura”. Sí, es una locura, pero la única que vale la pena. Es desmedido, por tal motivo no hay amor sin sufrimiento. Te agarra las zonas débiles, y al ser débil eres un ser vulnerable. Qué bello dolor…
En un momento, el sueño se desfondó. El paisaje cambió y se encontró empujando una roca cuesta arriba. No le importó. El Amor lo acompañaba, aunque a la vez lo arrastraba a aquel sitio donde las almas se juntan para vencer el tiempo. El cálido acontecer de su existencia provocó que tuviera una certeza: hay verdades. Por un segundo se vio reflejado en Sísifo.
Se despertó asustado. Ahora sí estaba lúcido, o eso creía… estaba estúpidamente confundido. Sus ojos café le trajeron insomnio, pero lo único que él buscaba era poder soñar otra vez con ella. Su cabello ondulado hizo que el norte de su brújula se desorientara. Su geografía corporal generó un temblor que derribó los pilares de su moralidad. Su ser, su otoño, se desgranó en mil colores, al igual que Ícaro, pues voló demasiado alto, aunque su caída no la provocaría el sol, sino el ardiente fuego de sus besos.
No sabía si iba a volver a soñar con el Amor. Dejó todo al azar, olvidando que el azar no tiene piedad. “No te alejes”, escuchó cuando cerró sus ojos. Escogió quién iba a conocer sus rarezas. Y su vínculo siguió por limitadas noches… Un día despertó angustiado. Tuvo conciencia de que quizás ese sería su último amanecer juntos. Un invierno cruel y gris atravesó su pecho. Era el lado oscuro de la luna. Ya no pudo, sí quería, y, aun así decidió marcharse. Estar con el Amor era como estar en el Paraíso, pero lo de Adán y Eva no terminó bien, al igual que Romeo y Julieta, Aquiles y Patroclo, Sapo y Escorpión, Dios y Lucifer. Se preguntó: “¿Qué hago con vos Amor? ¿Te lloro o te sonrío? ¿Te espero o te olvido…? ¿Cuánto de mí te di sin darme cuenta? ¿Será que los dolores que me quedan son las libertades que me faltan?”. No recibió respuesta del Amor.
Se encerró entre cuatro paredes, para luego pedir un deseo a las estrellas: “Recuérdenme quién soy”. Los astros de su pupila le devolvieron una emoción tan infinita como el espacio. Una sombra que todo lo ilumina. El volcán hizo erupción. Sólo una lágrima carmesí logró recorrer de norte a sur su rostro. Entre parpadeos observó el pasado, y allí estaba ella, formando galaxias con su sonrisa. Esto reforzó aún más su decisión, pues a veces hay que tomar decisiones que uno no quiere para cuidar a quien quiere. Pese a esto, su conclusión primera fue: “conocí al Amor, y él no supo compartir”.
Estuvo veintiséis horas sin volver al mundo fantástico. El insomnio fue su castigo. Amarla fue una lucha, no un alivio. Estaban separados por dos mundos. “¿Quizás el único Amor que debemos afrontar es aquel que no nos animamos a desafiar?” se preguntó en medio de las alucinaciones. Se sintió fuera de sí, pero qué más da, si el Amor no es para entender. El Amor devela las inquietudes, por eso pensamos, pues se piensa cuando no se entiende. ¿Se entiende? Se piensa cuando no se entiende, sino para qué vamos a pensar. Pensamos cuando hay un obstáculo que nos impide seguir como tal, cuando no nos sirve lo que sabemos.
No pudo aguantar la angustia, el desamparo y la desesperación. Lamentaba no tener paz, se estaba cayendo a pedazos. Las veintiséis horas que no durmió fueron un tormento. Deploraba vivir como el Holandés Errante, quería llegar a puerto, quería dejar de navegar por los océanos. Cerró sus ojos. Ella seguía en su mente. Comenzó a pasar otra vez tiempo con Amor, al punto de que estar con ella se convirtió en su pasatiempo preferido. Se convenció de que él no la buscó porque pensaba que le faltaba algo en sus noches. Algo de razón tenía. Él tenía tanto que pensó en compartirlo con ella. Por ello, se sumergió en las profundidades del Amor, explorando los secretos que yacen en ella, pues Amor era como el agua fluyendo en un río; en la superficie puedes ver la luz del sol brillando, pero debajo hay una profundidad, a veces serena y misteriosa, otra tumultuosa y oscura.
“Te estoy amando”, le confesó. Sus palabras resonaron como una bolsa repleta de golosinas. Era un festín de sensaciones. Sentía que había logrado tocar la eternidad con las manos. Es más, creyó haberla atrapado. No pensó nunca en el paso del tiempo. Ni se imaginaba que la rutina podía infiltrarse como una sombra silenciosa despojando el brillo de aquellos dulces momentos. No pensó nunca en el último “te amo”, pues al final, cuando la vida se encuentra en su ocaso y el último aliento se aproxima, el “te estoy amando” se convierte en un susurro al viento, en una declaración vacía de una bolsa que alguna vez estuvo llena, en un eco de lo que fue…
Se despertó. “Tengo tanto para decirte —suspiró— que no puedo expresarlo verbalmente”. Pensó en escribirle una carta. Se prometió no dormir hasta no terminarla. Estuvo cuarenta y dos horas sin pestañear. La realidad se le distorsionó. “¿Esto es real?”, se preguntó cuando vio que ambos mundos se comenzaban a entremezclar. Vio al Amor acercarse. El silencio guió sus actos. Ella no lo reconoció y él prefirió que sea un secreto, un secreto a voces…
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