El capitalismo no es el punto cúlmine de la evolución humana. Tampoco es el destino manifiesto de la historia de la humanidad. Desde una perspectiva histórica este ensayo aborda la relación entre la violencia ejercida por las clases dominantes y la construcción del sistema capitalista en un periodo de transición.
Escribe: Tobías Corvalán
Parte 1.
Autores como Mark Fisher (2009) y Slavoj Žižek (1989) vienen planteando una idea más que interesante: en los tiempos que corren es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esta afirmación parte de un diagnóstico que presenta: en primer lugar, la naturalización de un sistema socioeconómico basado en la acumulación incesante de capital (Wallerstein, 2005), que viene alcanzando niveles de producción inimaginados, sin resolver los problemas de desigualdad ni la explotación del “hombre por el hombre”. Y, en segundo lugar, la caída de las utopías y la falta de proyectos alternativos, especialmente después del fracaso de la experiencia del 'socialismo real', evidenciada con la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS.
Micaela Cuesta y Lucía Wegelin, en un artículo para la Revista Anfibia, plantean que “Cuando ninguna alianza emancipadora se demuestra capaz de enfrentar a los neoliberalismos progresistas ni a los populismos reaccionarios, el malestar producido por la crisis del capitalismo neoliberal se proyecta como malestar con la democracia entre las mayorías no siempre democráticas”. Para las autoras nos encontramos frente a un capitalismo que parece estar agonizando; no obstante la inyección antidemocrática lo mantendría en vida.
Siguiendo el planteo de las autoras, para evitar que la crisis la pague la democracia — entendida esta como el poder del pueblo, y no el de unos pocos, en la toma de decisiones políticas—, es necesario un sistema liberador y diferente del actual.
Sin embargo, antes de pensar una instancia superadora de este orden socioeconómico es necesario desnaturalizarlo, y, para ello, resulta imprescindible entenderlo como un resultado histórico. El capitalismo no es el punto cúlmine de la evolución humana. Tampoco es el destino manifiesto de la historia de la humanidad. Marx (1867) decía, “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza” (p.148).
El capitalismo es un fenómeno histórico y complejo; es el resultado de una serie de procesos que la humanidad pagó con masacres, guerras y mucho daño. En estas líneas me propongo reflexionar en torno a la relación histórica entre el ejercicio de la violencia y el sistema capitalista.
Proceso de acumulación originaria de capital
El sistema capitalista surgió en Europa, específicamente en Inglaterra durante el siglo XVI, como respuesta a la crisis del feudalismo. Para explicar el proceso de transición de un sistema a otro, Marx en El Capital, utilizó un concepto trabajado por Adam Smith: el de acumulación originaria del capital. Sin embargo, a diferencia de Smith, que planteaba este proceso como el resultado de una clase ahorrativa que logró acumular riquezas para luego invertirlas en el mejoramiento de la producción, para Marx tiene otro sentido: es el “pecado original” que generó las condiciones para el posterior desarrollo y acumulación capitalista; no en un sentido lineal y fuera de conflictos, sino observando las discontinuidades y la violencia que implicó dicho proceso.
“Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente, inteligente y ante todo ahorrativa, y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes. Cierto que la leyenda del pecado original teológico nos cuenta cómo el hombre se vio condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente, mientras que la historia del pecado original económico nos revela cómo hay gente que para ganarse el pan no necesita sudar, ni mucho menos” (Marx, 1867, pp. 102).
El capitalismo supone dos clases antagónicas: la burguesía, dueña de los medios de producción (máquinas, herramientas, galpones, tierra, etc.), y la clase obrera, que para poder producir solo dispone de su fuerza de trabajo. En la producción capitalista, propietario y trabajador, se encuentran. La relación que se produce es de explotación, que Marx ha sabido explicar muy bien a través del concepto de Plusvalía. No es mi interés profundizar en esta idea, pero básicamente consiste en que el salario que recibe cada trabajador no tiene relación con el valor de lo que produce, sino con lo mínimo que un trabajador necesita para existir y reproducirse.
"El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida” (Marx y Engels, 2007, p. 26)
No importa que el trabajador produzca una Ferrari o una bicicleta, su sueldo de ninguna manera va a depender del valor del producto que genera.
Sin embargo, no siempre fue así. Es cierto que en otras sociedades ha existido la explotación, y la opresión de una clase sobre otra, pero no en los términos capitalistas. En la sociedad feudal, la masa de campesinos (explotada a través de impuestos y medidas extraeconómicas) mantenía el control y el derecho sobre la tierra y los medios de producción. De este modo, para que el capitalismo naciera tuvo que producirse un divorcio entre los productores y los medios de producción. Aquel campesino que producía directamente su parcela de tierra tuvo que convertirse en trabajador asalariado y sus medios sociales de vida en capital.
El capitalismo y el Estado…
Aunque en la actualidad los férreos defensores del sistema renieguen del Estado, lo cierto es que el capitalismo sin sus métodos coercitivos no hubiera visto jamás la luz.
Durante el siglo XV comienzan a consolidarse los Estados Absolutistas en gran parte de Europa. Para Perry Anderson, el absolutismo, en Europa Occidental, es la reacción política de la nobleza, que se ve amenazada en un contexto de conflictos sociales, resistencias y levantamientos campesinos contra la servidumbre feudal. En Inglaterra se produjo una relación particular entre el poder político y el poder económico: la concentración del poder convivió con el control de la propiedad por parte de la aristocracia. Los Estados absolutistas se encargaron de garantizar el orden social, por un lado, y proteger e impulsar la concentración de la tierra, por el otro. Las clases dominantes de la sociedad feudal, desde el Estado absolutista, fueron las encargadas de liderar un proceso de privatización y concentración de la propiedad, que se produjo por diferentes vías:
Los cercamientos
Para transformar la naturaleza de la propiedad, que se regía por derechos consuetudinarios que garantizaban el uso comunitario de la tierra en muchos casos, el Estado se valió de los cercamientos, proceso que consiste en el despojo y desalojo de los campesinos sobre las tierras que trabajaban.
La guerra
La guerra fue un elemento clave de la racionalidad económica de la clase dominante, según Perry Anderson, refleja las concepciones arcaicas que subyacen a los Estados absolutistas. Realizadas mediante ejércitos profesionales constituídos por mercenarios extranjeros, la guerra se hizo cada vez más recurrente. Fue un mecanismo utilizado para expandir territorios y así poder expandir las riquezas y enfrentar las crisis.
Confiscación de bienes eclesiásticos
La Reforma Protestante fue un movimiento religioso que se generó entre 1519 y 1712 y terminó por dividir la cristiandad en Europa. Su origen lo encontramos en las 95 tesis de Lutero; fuerte crítica al sistema eclesiastico y a los valores religiosos. La difusión de sus ideas concluyó en un movimiento reformista que se difundió en el centro y norte de Europa y generó una doctrina propia que se puede sintetizar en tres ideas centrales: libre interpretación de la biblia; la fe como único medio de salvación y el diálogo con Dios como un acto individual. Si bien de ella surgieron diversas interpretaciones regionales podemos decir que, a grandes rasgos, Europa se dividió en dos: La católica y la Reformada. Inglaterra entró en el segundo grupo y la iglesia católica, en este país, era una gran poseedora de tierras y privilegios políticos (concentraba aproximadamente el 30% de todo el suelo).
Motivados por dos objetivos: el consolidar el poder centralizado del Estado y aprovechar la confiscación de los bienes eclesiásticos, en el reinado de Enrique VIII, el Estado rompió los lazos con la Iglesia Católica. Los bienes confiscados evidentemente no fueron repartidos entre los campesinos, sino que fueron adquiridos por la aristocracia.
De esta manera, se fue imponiendo la propiedad capitalista, que nada tenía que ver con la concepción que circulaba entre el campesinado; de una propiedad basada en la cooperación, la igualdad y los lazos de solidaridad, se pasó a una de propiedad individual y competitiva. Jonh Locke, planteaba que el legítimo propietario es quien hace de la tierra un espacio más productivo, es decir, quién impulse y sostenga el “mejoramiento” de la producción. Y mejorar la productividad, implicaba extraer de ello un mayor beneficio monetario.
¿Quiénes se benefician?
Hay una idea que circula en nuestro sentido común — incluso desde algunas posturas marxistas — que dice que el capitalismo es una instancia superadora de la anterior. En este sentido, habría que preguntarse de qué manera impactó todo este proceso de Acumulación Originaria en las clases que sufrieron las transformaciones
¿Estos cambios realmente representaron una mejora y una real eficacia de la producción agrícola? Con estas nuevas lógicas la producción aumentó, de eso no hay dudas. Sin embargo, Silvia Federici (2004) plantea que mientras aumenta la producción y el comercio, los productores (nuevos asalariados y pequeños campesinos) no pueden aprovechar esas ventajas. La autora observa que la mayoría de las personas -los no propietarios- se ven duramente afectados por estas nuevas condiciones.
La privatización de la tierra, si repasamos, se realizó contra la voluntad de la clase de productores. Los que no encontraban lugar en el mercado laboral pasaron a conformar una masa de vagabundos, llamados por Marx como “ejército industrial de reserva”, que acechó a las ciudades y, por otro lado, los que pasaron a conformar el grupo de trabajadores asalariados tampoco encontraron mejores condiciones de vida. En cambio, el poder de los propietarios y empleadores aumentó, mientras había más productores despojados de sus tierras, convertidos en potenciales asalariados, los terratenientes fueron aumentando la capacidad de reducir el pago y aumentar las horas de trabajo. La autora observa que lejos de ser el salario sinónimo de libertad, como lo podría ser durante el feudalismo, en la transición al capitalismo terminó por convertirse en instrumento de esclavización.
Hay otro aspecto en la degradación de las condiciones de vida de los oprimidos y es que los campesinos sufrieron la descomposición de la cohesión social debido a la desintegración del uso comunal de los campos. Los campos comunes eran espacios importantes y daban grandes ventajas económicas sociales y políticas para los campesinos: generaba red de solidaridades que protegía a cada uno del fracaso de la cosecha; permitía la planificación del trabajo en cooperación, impulsaba la forma de vida democrática en la toma de decisiones sobre qué o cuándo producir, y cumplía un rol social importantísimo para las mujeres, quienes aprovechaban las redes comunitarias que les facilitaba independencia y autonomía frente a los hombres. A medida que avanza la privatización de la tierra va dejando a un campesinado empobrecido y polarizado.
La polarización se da en diversos sentidos: en cuestiones de índole económica, campesinos que pueden hacer frente a las nuevas lógicas de oferta y demanda y se convierten en grandes arrendatarios; campesinos que quedan atados al salario y campesinos que conforman la gran ola de vagabundos. En cuestiones de índole social, surgen odios y resentimientos, en un nuevo contexto en el que triunfan los intereses individuales y el “sálvese quien pueda”.
Un segundo proceso de escisión…
Así como fue necesario la separación de los productores de los medios de producción, es decir, que el campesino que trabajaba el campo perdiera el derecho sobre la tierra para convertirse en mano de obra asalariada, también tuvo que darse otro proceso de escisión: la reproducción se separa de la producción.
Fue tan intensa la muerte que acechó a la masa asalariada debido a las condiciones de vida que se imponían en este nuevo contexto, que generó una terrible crisis demográfica. El incipiente sistema capitalista se puso en riesgo. Para sobrevivir a esta nueva presión, el Estado, con el objetivo de impulsar el crecimiento demográfico, tuvo que hacerse de un control sobre el ámbito reproductivo ¿Cómo lo realizó? Poniendo a disposición del capitalismo los cuerpos de las mujeres.
Federici, ha demostrado que la reproducción de la mano de obra, en este contexto precapitalista, fue posible quebrando el control que las mujeres disponían de su propio cuerpo. ¿Los mecanismos? La fuerza y el terror del Estado. La “caza de brujas” fue el claro ejemplo: un proceso que implicó la demonización y persecución de mujeres con conocimientos en relación a cualquier forma de control sobre la natalidad, entre ellos los conocimientos sobre métodos anticonceptivos o sobre interrupción del embarazo. Durante este proceso las mujeres fueron quedando subordinadas al ámbito reproductivo.
En las sociedades capitalistas solo lo que se produce para el mercado tiene valor, mientras que el trabajo reproductivo pierde importancia, se invisibiliza. De esto se trata la segunda escisión: La reproducción de la producción. Esta tarea de reproducción y cuidado de la mano de obra no se considera trabajo, sino una mera disposición natural de los roles femeninos. La naturalización del rol de la mujer en el ámbito de la reproducción trae, a su vez, una invisibilización del trabajo femenino y un aumento de la dependencia a los hombres.
Esclavitud y colonización
La formación de los Imperios Coloniales y el proceso de colonización fue igual de importante para este proceso de acumulación primitiva. A fines del siglo XV Europa comienza un proceso de expansión hacia la periferia. Impulsados por las monarquías de Portugal y España, motivadas por el interés en ampliar el horizonte económico para solucionar las tensiones sociales internas aprovechando la buena tradición marinera que poseían y el alto grado de desarrollo en astronomía y cartografía.
El uso de los sistemas de producción que utilizó mano de obra indígena, en terribles condiciones, y trabajo esclavo, fue fundamental para el capitalismo Europeo en dos sentidos:
Plusvalía generada.
“Ya en el siglo XVI, aproximadamente un millón de esclavos africanos y trabajadores indígenas estaban produciendo plusvalía para España en la América colonial, con una tasa de explotación mucho más alta que la de los trabajadores en Europa (...) la verdadera riqueza era el trabajo acumulado a partir de la trata de esclavos, que hizo posible un modo de producción que no pudo ser impuesto en Europa” (Federici; 2004)
Integración económica.
Silvia Federici, a su vez se realiza la siguiente pregunta: ¿Sabían los trabajadores, en Europa, que estaban comprando productos que resultaban del trabajo esclavo? Si bien esta respuesta no puede ser respondida, destaca: “la plantación fue un paso clave en la formación de una división internacional del trabajo que —a través de la producción de «bienes de consumo»— integró el trabajo de los esclavos en la reproducción de la fuerza de trabajo europea, al tiempo que mantenía a los trabajadores esclavizados y asalariados, geográfica y socialmente separados.”
Partera y cardióloga.
En este humilde ensayo se ha intentado demostrar que el ejercicio de la violencia fue el principal medio para el nacimiento del capitalismo. Resulta llamativo, a su vez, que se trata de una violencia “desde arriba”, ejercida por las clases dominantes y fundamentalmente desde el Estado. Lo vimos en la expropiación del suelo de los campesinos europeos; en la guerra, en la confiscación de bienes ecleciásticos, en el sometimiento de la mujer para abocarse a la reproducción de la fuerza de trabajo, y en la utilización de la esclavitud y el trabajo forzado en América.
Por otro lado, en segundo plano, se observa otro papel que desempeña el ejercicio de la violencia. A modo de cardiología, la violencia aparece para seguir haciendo latir el sistema cuando este se encuentra en peligro. La violencia también es un mecanismo que le permite expandirse y perpetuarse.
Referencias
Cuesta y Wegelin. (2024) ¿Cómo pudimos creer que ganaría Kamala? Revista Anfibia. https://www.revistaanfibia.com/como-pudimos-creer-que-ganaria-kamala-posdemocracia-prejuicio-y-politica/
Bibliografía
Anderson, P. (1974) El estado absolutista.Siglo XXI Editores.
Federici, S (2004) El calibán y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria. Edición Traficantes de Sueños.
Marx, K., y Engels, F. (2007). Manifiesto Comunista (II. Proletarios y comunistas). Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas.
Marx, K. (1867). El capital. Crítica de la economía política. Tomo I: La llamada acumulación originaria (Capítulo XXIV). Instituto del Marxismo-Leninismo y Editorial Progreso. Edición digital de Ediciones Bandera Roja. (2002). Recuperado de http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm
Wallerstein, I. (2005). Análisis de sistemas-mundo: Una introducción. Siglo XXI Editores.
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