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PEQUEÑA SEMBLANZA DE UNA DICTADURA SANRAFAELINA

Entre nombres de verdugos y víctimas, entre sombras de clandestinidad y resistencia, este relato reconstruye el horror sistemático y la lucha por la memoria, la verdad y la justicia en San Rafael. Porque lo que se quiso borrar, persiste. Porque los desaparecidos, hoy, son vida.


Escribe: Cecilia Centeno

 

Hace 49 años las FFAA invadían el Estado argentino, apropiándose de sus instituciones, de sus leyes y de su constitución, arrasando como una plaga de langostas con una generación de argentinos, imponiendo una arcaica forma de ver el mundo, de concebir la historia, de “amar” la patria.

Entre 1976 y 1983 reinó en trono dorado una dictadura cívico-militar en todo el suelo argentino e hizo arder en leña verde a 30000 compañeros bajo la pasible mirada de toda una nación que desayunaba miedo, almorzaba indiferencia y cenaba tácita complicidad, cuando no convencida apología.

Argentina toda se vio inmersa en el sistema carcelario, y desde diferentes espacios, diversos actores protagonizaron los 3000 días más negros de nuestra historia, días que se continuaron con más o menos desmemoriadas democracias, con un histórico juicio a las siniestras mentes, con vergonzosas leyes de punto final y obediencia debida e impunes e imperdonables indultos. 

Democracia que, 20 años atrás, al fin decidió recordar, que al fin logró parir justicia, derrocar olvidos y sembrar nuevas esperanzas de renovadas militancias, de jóvenes de banderas tomar, adultos de recuerdos caminar y una política para participar.

Democracia que, hoy marzo de 2025, es bastardeada por un vil gritón con aires totalitarios y porte payasesco, con una corte de aplaudidores bufones que pisotean la palabra libertad, llevándola como estandarte de sus políticas negacionistas, de desmemoria e injusticia.  

Aquello recordado y hoy intentado olvidar, fue la más negra noche de las noches de nuestro suelo, la más violenta dictadura que se pueda imaginar, la del poder total y desaparecedor, la del Proceso de Reorganización Nacional. Y si de norte a sur, de este a oeste, nuestro país se vio envuelto en una sangrienta cacería, nuestra provincia no fue ajena a tales procederes.

De acuerdo al organigrama de las FFAA, el territorio entero argentino se dividió en zonas, subzonas, áreas y subáreas de operación, control y dominio.  De las cinco zonas, nos correspondió la número tres, bajo la jurisdicción y mando del general Luciano Benjamín Menéndez , con asiento en la provincia de Córdoba y control total sobre nuestra provincia.

Él sería el encargado de dictar las órdenes sobre esta área y a la vez dar cierto margen de libertad a sus subalternos para ejecutar un plan organizado desde arriba, pero con el siempre condimento de la improvisación macabra de los de abajo.

Los de abajo, esos que pretendían estar arriba, que comían órdenes y masticaban rencores e impotencia de mando, los de abajo, milicos de bajo grado y policías subordinados que quisieron pretender ser dioses en su panteón de muerte y dolor. 

A los de abajo y sus guaridas me voy a abocar hoy, a los pequeños grises topos que el todopoderoso sistema dictatorial nos envió a la subárea 3316 con centro en la ciudad de San Rafael, y alcance sobre General Alvear y Malargüe.

El 24 de marzo de 1976 asumía completas facultades en San Rafael el Coronel Luis Faustino Suárez (Colorado, para los amigos y para los enemigos), instalando su despacho (el del día, el visible, el futuro establecedor del orden) en lo que hoy conocemos como Tribunales, en pleno corazón de la ciudad de San Rafael. En ese mismo sitio a la vez convivían, lo ordinario y lo extraordinario. 

Si cabe alguna particularidad del sistema represor sanrafaelino es esta convivencia irónica entre justicia, poder y clandestinidad; ya que en tribunales funcionó el principal centro clandestino de detención de toda la subárea, por este centro pasaron más de 200 personas, después de la previa selección por los no menos nefastos centros de selección de Detenidos, Infantería , y la Comisaría 32º.

En Tribunales fue donde se pudo practicar libremente el proceso de dominación total y desaparición forzada de todos aquellos que habían sido catalogados como subversivos por los servicios de inteligencia y espionaje del ejército y la policía local, jugando un papel decisivo la Sucursal del D2 dirigida por Carrió López donde sus principales proveedores de datos fueron los oficiales Labarta y López, desde este punto de partida y con las listas llenas, los grupos de tareas encabezados por el mismísimo Suarez y secundado por el teniente Guevara, llevaban a cabo los operativos de allanamientos, secuestros e intimidación primaria de los detenidos.

En operativos casi descomunales, con decenas de efectivos entre militares y policías se llevaban adelante las detenciones, encañonando niños, intimidando ancianos, rompiendo muebles, robando dinero y golpeando dignidades.

Así llegaban a los primeros centros de selección, donde se decidía su destino. En la mayoría de los casos el mismo era tribunales. El tribunales del negro poder y la clandestinidad, el de las catacumbas donde el final era incierto. El tribunales del colorado Suárez, del servil Guevara, el infame Mussere, reducto de ratas y demonios, de los artilugios de Egéa y el inhumano Ruiz Pozo, testigo de las nocturnas visitas de Ruiz Soppe y los rezos obscenos de algún Reverberí con ansias de cielo eterno.

Pasaban horas, días, semanas, meses y el mismo sótano, el mismo olor a mugre y dolor, y la misma puerta tantas veces atravesada por verdugos y víctimas: ¿era preferible que siguiera muda e inmutable? ¿o la incertidumbre y la desesperación ganaban lugar? En ese sótano tres calabozos lúgubres escondieron terribles historias, largas noches de interrogatorios y torturas, de cuerpos y espíritus lastimados, de soplones cobardes, y de nuevo Suárez, Mussere, Guevara, López, Labarta, Fierro, Rolan y algún que otro rosario impune golpeando las bocas subversivas.

Y llegaban los temidos traslados ¿A dónde? ¿Cómo? ¿Por qué? Y una nueva puerta se abría, una puerta que de día era luminosa, llena de gente, noticias y hasta música, mientras que, por la noche, después de que la última luz se apagaba, mutaba a ratonera infecta, nido de tormentos y refugio de las más salvajes golpizas, donde regía la tortura por antonomasia: la picana eléctrica. Y los de abajo se sentían altos, gigantes en su pequeñez. Al subir la escalera que llevaba a la Radio Municipal se sentían los dueños del mundo, de la vida y de la muerte, aunque se sabían un montón de nadies.

Aquellos nadies que con las mismas manos que pasaban lentamente la picana sobre los cuerpos, abrazaban a sus hijos. Eran los mismos que vaciaban sus puños en las carnes mancilladas y luego iban a elegir el regalo del día de la madre. Pero también los que mientras con sonrisa de costado decían a madres, esposas y hermanos que el que buscaban ya no estaba allí; tomaban a sus niños de la mano y los llevaban a la escuela, caminando por la misma vereda en qué metros más abajo moraban aquellos que ya “no estaban”.

Los que no estaban y estuvieron, y los que no estaban y no estuvieron más, los que la catacumba del horror chupó para siempre, todos ellos convivieron con la misma pesadilla, con la misma utopía. Ellos que bajo un mismo nombre –subversivos- perdieron los suyos: Héctor, Oscar, Santiago, Francisco, Pascual, Sara, Luis, Roberto, Carlos, Rolando, Guillermo, Irma, Aldo, Ángel, Gloria, Elba, Juan, Martha, Omar, Rosa, Manuel, Daniel, Nicanor, Federico, Walter, Bonoso, Eduardo, Simón, Miguel, Albino, Graciela, Emiliano, Graciela, Valeriano, Ricardo, Matilde, Osvaldo, Silvia, Zenon, Hugo, y tantos más; ellos probaron y siguen probando que el terrorismo de Estado no ocurrió solo en lejanas ciudades (en la ESMA, El Olimpo, La Perla o Campo de Mayo) Sino que en el corazón de Mendoza, la tierra del sol y del buen vino, cientos de detenidos-desaparecidos experimentaron el horror, pero a la vez practicaron la amistad, el compañerismo y con ello vencieron uno de los fines macabros de la clandestinidad y el encierro: la pérdida de los lazos de solidaridad y el anhelo de libertad.

La libertad era manejada por los captores cual control remoto: ellos eran los dueños absolutos, ellos bajaban el pulgar y ponían la cuota de nefasta creatividad al sistema de exterminio que los de arriba inventaron y ellos servilmente implementaban y con orgullo agregaban ingredientes al caldero que cocinaba ideologías.

Nuestro ingrediente particular fue la libertad fingida, esa tan anhelada libertad ahora convertida en un doble secuestro, una nueva disección entre los que vivirían y los que no. 

A todos se les abría la misma puerta y a todos los atrapaba el mismo miedo y la incertidumbre del ¿qué pasará? Y todos dieron el abrazo final a sus compañeros de encierro, un apretón de manos y un hasta luego.

A muchos les llegó esa libertad y se vieron afuera, con la noche, en su cama, entre sus brazos queridos, aunque otra cárcel se avecinaba, la de las palabras y el olvido impuesto, la de la indiferencia y el desarraigo. A otros la puerta que se abrió y los despidió los volvió a succionar, les volvió a robar la libertad, la vida. Y nuevamente los de abajo, pero ahora sí como dioses autoimpuestos, los llenaron de muerte sin sospechar que a la vez los volvían eternos, inmortales… nuestros desaparecidos.

Desaparecidos que después de casi 35 años comenzaron a ver alumbrar la justicia, que en un juicio histórico que inició en 2011, los que “no estaban” y están, a los que se les impuso el silencio por tanto tiempo, los portavoces de los que no están más, hablaron, contaron su historia, su dolor y el de los que no están pero siempre estarán, y nos mostraron tal como fueron los “de abajo” que con vileza se escudaron en la obediencia y la ignorancia.

Casi 35 años después las puertas del principal CCD de San Rafael se volvieron a abrir, pero en esta oportunidad para que ingrese por primera vez la justicia, esa que nunca debió abandonar sus paredes y siente en el banquillo no solo a los “de abajo”, sino a toda una sociedad hipócrita y arribista, víctima y victimaria.

Y con la puerta abierta, desde ese día y para siempre, las manos antes castigadas acarician las paredes que los cobijaron y ahogaron. Y las voces antes mudas, pudieron gritar: Acá estuvimos, acá fuimos, acá nos hicieron “no ser”, acá estuvo Tripiana, Osorio, Berón, Sandobal, Luna, Guerrero, acá seguían estando hasta antes del juicio, pero hoy son aire, libertad (la verdadera), justicia y desde este lugar donde reinó hace 49 años la muerte… hoy nuestros desaparecidos son vida.

24 de Marzo de 2025



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