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UN DIOS, UN NIÑO

La trama del relato es protagonizada por un dios y un niño. Los personajes no llegan a vincularse entre sí; sin embargo, divinidad y mortal, corren la misma suerte. Destinos cruzados por las injusticias. En algunas partes del mundo, la muerte es pronta y precisa al momento de dictar sus sentencias.


Escribe: Noralí | Arte: Ezequiel Gutierrez


Las gentes de la tierra han hecho violencia

y cometido robo, han oprimido al pobre y al

necesitado y han matado injustamente

al extranjero.


Ezequiel 22:29


Un dios se desata, huye, esquiva balas, desoye súplicas, cruza una calle, mira los muertos, sigue huyendo y desoyendo. Corre, se esconde como un perro asustado. En el escondite un niño lo mira. Los ojos de la criatura brillan cual dos luces iluminando la sangre entre los escombros. Ese dios suelta el llanto y la impotencia, sigue corriendo. En la esquina lo acribillan. De repente dos pueblos, ningún dios, miles de muertos.

Al otro lado del mundo, Paulo acompaña a su abuela a la plaza central para reclamar por el pan que los Señores le han arrebatado. Piensa que si dios existiera serviría para echarle la culpa, al menos. A su espalda, una línea infranqueable de enemigos luciendo, orgullosos, su azul represor. Paulo pierde de vista a su nona y se confunde entre la muchedumbre. Lee, con un silabeo infantil “so-mos-mas-pue-blo-que-mi-li-cos” y sigue abriéndose camino. Escucha llantos, gritos, mira los rostros desencajados, se asusta y apura el paso para llegar hasta la vieja. Luego se para en una esquina, mira a través del vidrio hacia el interior del local, cruza mirada con dos señoras que almuerzan su banquete de clase acomodada. Las mujeres no se detienen en el chico porque temen que esos ojos hambreados les arruinen su felicidad de plástico. El muchacho queda congelado mirando la televisión que transmite las imágenes más crueles de una masacre disfrazada de guerra, al otro lado del mundo. Por nacer en esta zona, Paulo sólo conoce el significado de la palabra desigualdad, por eso acompaña a su abuela a la plaza todos los domingos. Él sostiene esperanzado que en la igualdad habrá techo, educación y comida. Un disparo lo saca de sus reflexiones y vuelve los ojos a la marcha, el caos copa las calles. No logra entender porqué le duele la guerra tanto como el hambre diario. Piensa que toda esa atrocidad rompe los códigos que aprendió en el barrio. Paulo ha quedado parado frente a las líneas enemigas. Una voz fría lo llama, le grita y el niño no puede responder. Hace un ligero movimiento para salir de ahí. Luego un disparo. Luego un gran silencio. Paulo sigue pensando, sin comprender qué sucede. La guerra y la muerte estaban lejos, creía. Sus doce años comienzan a pesar en la espalda y a sangrar por la nariz. Ahora piensa que si dios existiera sería como un gran policía. Igual de cruel pero menos miserable.

En Argentina se escucha un disparo. En Palestina, una explosión. El mundo sigue con su silencio indiferente.

Al otro día, en Brasil, María juega a ser estudiante, arma un aula de ficción y toma un diario que hace las veces de cuaderno. Lee noticias sobre una guerra entre Israel y Palestina, y también sobre la represión a jubilados en Argentina. María piensa y agradece a dios por estar lejos de la guerra y la desigualdad.

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